martes, 8 de marzo de 2016

Investigaciones en Machu Picchu del Instituto Inkari revelan la existencia de un mausoleo inca con grandes cantidades de oro y plata.

¿Quién lo creería?

Millones de turistas, miles de arqueólogos han transitado frente a los muros que tal vez escondan el secreto mejor guardado de la arqueología peruana: la última morada del Inca Pachacútec.

Sin embargo, una jugarreta del destino permitió que el ingeniero francés, David Crespy, varado tres días en Aguas Calientes a causa de un huayco que le impedía regresar al Cusco, tuviera el tiempo del mundo para recorrer Machu Picchu de arriba para abajo. En una de esas caminatas se topó con una sólida muralla que, en su parte central, tenía una suerte de abertura.

“Esta es una puerta”, pensó Crespy inmediatamente, sin percatarse todavía que  unos turistas graciosos o iluminados, según como se vea, habían escrito en la piedra encima de la entrada la palabra “tesoro” y dibujado una flecha señalando la misma.

Crespy se contactó con los arqueólogos de la ciudadela, y estos le aseguraron que investigarían el asunto. Ya en Europa, el ingeniero francés continuó insistiendo, pero no recibió respuesta de parte de las autoridades. Incluso hizo gestiones en la embajada de Perú en Francia, y en el consulado de Barcelona, donde reside, pero manan, cero interés. Ya había pasado un año, y estaba a punto de tirar la toalla.


Fue entonces que leyó, en Le Figaro Magazine, un artículo de Thierry Jamin, arqueólogo francés obsesionado con el Paititi que realiza hace 15 años expediciones en el sureste peruano, y en su afán ha descubierto 113 sitios nuevos, varios de ellos en proceso de ser calificados como patrimonio cultural de la Nación, y le escribió un correo electrónico contándoles sus avatares y la loca idea de que Machu Picchu podía albergar un tesoro oculto.

Un poco escéptico -porque igual que otros investigadores, Thierry pensaba que ya todo estaba estudiado en Machu Picchu, al punto que cada piedra tiene un número-, se dirigió a la ciudadela Inca, y tuvo la misma impresión que su compatriota.

Sin pérdida de tiempo, el Instituto Inkari del Cusco, del cual Thierry es presidente, arma un proyecto para realizar una resonancia electromagnética en el edificio que Crespy identificó en Machu Picchu, y lo presentan el 19 de diciembre de 2011 al Ministerio de Cultura. El 22 de marzo de 2012 este proyecto es aprobado.

Inkari coordina entonces con el antropólogo Fernando Astete, jefe del Parque Arqueológico de Machu Picchu, con el propósito de establecer las fechas para llevar a cabo las resonancias.

Todo parecía marchar correctamente. Pero cuando iniciaron los trabajos el 12 de abril de 2012, fueron rodeados por una nube de empleados del Parque que tomaban fotos, hacían croquis y apuntes, grababan las conversaciones, filmaban todo, y preguntaban con insistencia. Esta conducta ciertamente iba en contra de la ética profesional y pasaba por encima del reglamento general de investigación dispuesto por el propio Ministerio de Cultura.

Al finalizar la jornada, Thierry fue a conversar con Astete, señalándole que lo sucedido no era normal. Al parecer esto no le gustó al jefe del Parque, porque al día siguiente impidieron el paso a los investigadores de Inkari aduciendo que uno de los números de serie de un aparato era incorrecto. 

Tuvieron que recurrir a las autoridades del Ministerio de Cultura para que los dejen ingresar nuevamente, y así poder concluir sus estudios.

A pesar de las trabas, los resultados fueron sorprendentes, más allá de lo imaginado. Usando georadares que les permitían tener una visión en 3D y analizar el subsuelo hasta 20 metros de profundidad, pudieron determinar la existencia de una gran cámara funeraria, con una considerable cantidad de oro y plata, y toda una estructura subterránea que alberga una decena de cavidades que suponen la existencia de igual número de sepulturas, algunas de ellas muy pequeñas que pueden corresponder a niños. 

También se ha certificado la existencia, detrás de la puerta de acceso, de una escalera forrada con una placa de oro, que conduce precisamente al recinto principal.

“El tiempo, la dedicación y el material utilizados en este edificio nos dicen que solamente pudo ser para una persona muy importante. No puede tratarse de un curaca o un sacerdote el que está enterrado allí, solo puede tratarse de la última morada de una panaca real, con muchas posibilidades de que sea la panaca de Pachacútec”, dice Thierry Jamin. 


 El arqueólogo Luis Lumbreras sostiene que Machu Picchu, además de ser un santuario y una ciudadela, fue el mausoleo del Inca Pachacútec. El cronista Juan de Betanzos señala que la momia de Pachacútec está en Patallacta (“al borde del abismo”), y para Lumbreras Patallacta debió ser el nombre que le otorgó el Inca a esta ciudadela, ya que nombrarla Machu Picchu (“cerro viejo”) no tiene mucho sentido. “Betanzos era un soldado español que se casó con doña Angelina, de la dinastía de Pachacútec, así que ella le habría dado los datos”, explica Lumbreras.


Pachacútec tenía 90 años al fallecer, de manera que la momia debe pertenecer a alguien muy viejo. Además hay cierta simbología que lo puede identificar, como el ajuar, un cetro, la vestimenta”, argumenta Thierry.Respecto a las características del muro que sella el mausoleo, el arqueólogo Daniel Merino, secretario ejecutivo de Inkari, señala que “lo primero que observé con las piedras que tapan el ingreso al recinto es que estas habían sido puestas de forma irregular, sin ningún tipo de argamasa. Esto quiere decir que por algún acontecimiento significativo en la región, decidieron taparlo de forma inesperada”.

La idea de que los incas cerraron el vano de acceso por una urgencia que tal vez se dio en la época de la Conquista es compartida por Thierry. “Probablemente los incas han escondido el tesoro del Cusco en momentos del caos de la caída del incanato. Pueden ser, y se me pone la piel de gallina cuando hablo de esto, tesoros traídos del Coricancha y otros templos sagrados”, dice el arqueólogo francés.

Hace pocos años, hubo arqueólogos que buscaban la tumba de Pachacútec en el Huayna Picchu, porque consideraban que ya todo había sido estudiado en la ciudadela misma. Se tenía la idea de que no era posible hacer un hallazgo de esta trascendencia en el principal monumento incaico. Pero, en realidad, los estudios sobre Machu Picchu se han limitado a temas de fallas geológicas o de conservación, pero no se ha investigado el subsuelo, y hay muchas galerías y socavones esperando la atenta mirada de los arqueólogos.

El informe del primer proyecto fue aprobado por el Ministerio de Cultura. Paralelamente el Instituto Inkari presentó un segundo proyecto, que esta vez si incluía excavación, necesaria para desentrañar este misterio histórico. Sin embargo, el 5 de noviembre de 2012, Ana María Hoyle, a cargo de la Dirección General de Patrimonio Cultural, deniega la autorización del segundo proyecto.


Para Thierry Jamin, la responsabilidad de esta negativa recae en Fernando Astete. “Para otorgarnos la buena pro para la apertura, en Lima necesitan una opinión técnica de los encargados del Parque de Machu Picchu, y como Fernando Astete sabe de la importancia del descubrimiento y quiere apropiarse del proyecto, no ha dado una opinión técnica imparcial”, aduce el investigador francés.
En realidad, Astete no firmó esta “opinión técnica” porque no es arqueólogo, la que lo hizo en su lugar fue Piedad Champi, directora del Parque, quien señala que el proyecto no está dentro de los lineamientos del Plan Maestro de Machu Picchu, dice que “poco o nada saben sobre conservación”, que la apertura del muro generaría “problemas de inestabilidad estructural”, y sugiere que Inkari anda en busca de metales preciosos sin tomar en cuenta el contexto histórico.


Daniel Merino refuta estas conclusiones y manifiesta que “nosotros cumplimos con el Plan Maestro, nos hubiera gustado que nos digan porqué creen que no lo hacemos. El proyecto está bien estructurado, con una buena hipótesis, adecuada metodología, y criterios científicos. Tenemos un equipo multidisciplinario competente, con buenos antecedentes, pero nos tratan como si fuéramos huaqueros. Son opiniones subjetivas. Y las consideraciones sobre conservación de Piedad Champi nos han sorprendido, porque difícilmente puede rebatir la experticia de una autoridad mundial en el tema como Víctor Pimentel, que pertenece al equipo de Inkari”

Respecto a la “inestabilidad estructural”, la defensa legal de Inkari indica que la arqueóloga Champi se atribuye calidades de ingeniero civil, competencia que no tiene. Y presentan un informe del ingeniero civil, César del Carpio, que garantiza que la apertura del muro no va alterar la estructura del recinto.

Thierry Jamin dice concretamente que “los georadares no mienten, no tenemos la culpa que a los arqueólogos de Machu Picchu, muchos de ellos con 20 o 30 años en el Parque, se les haya pasado por alto este descubrimiento”. Y añade: “queremos una reevaluación del proyecto por arqueólogos imparciales, independientes al equipo de Fernando Astete. No me parece moral ni profesional que nos quiten el proyecto”.

A principios de diciembre Inkari ha presentado una apelación, la cual debe resolver el ministerio en los días que corren. Sería una pena que lo que podría ser el hallazgo arqueológico más importante de las últimas décadas, se entrampe por pequeñeces distantes de la grandeza histórica de Machu Picchu.

Fuente:Rumbos del Perú
Escribe: Alvaro Rocha

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